“Es como si la conciencia retrocediese al momento precedente a la explosión, e interpretase retrospectivamente todo lo sucedido. El proceso en desarrollo es realmente sustituido por este modelo, generado por la conciencia de un partícipe de la acción. Sobreviene una transformación retrospectiva”. (Lotman, 1999 [1993]: 16)
La explosión de la Lotmanósfera
A un siglo del nacimiento de Juri Lotman (1922-1993), la conciencia colectiva de los semiotistas continúa asimilando una teoría de la complejidad, adelantada a su época, que detonaría un estallido académico inimaginado. Lotman revisitado. Perspectivas latinoamericanas (2022) da cuenta de esta toma retrospectiva de conciencia. De “un sistema teórico que desborda sus propios límites”, como escriben Silvia N. Barei y Ariel Gómez, editores y contribuidores de la antología.
Este tomo es un ensemble de veinte cátedras semióticas, provenientes de Argentina, Chile, Brasil, Ecuador, México y Estonia. Latitudes donde el estudio de la Semiosfera ha sido profundizado por investigadores eclécticos, que atienden a sus realidades regionales, como lectores que se reapropian de un texto ajeno y, a la vez, lo hacen resonar en contextos que ni siquiera Lotman habría pensado.
En lo consecuente, extenderé una invitación entusiasta a los lectores de Hourtus Semioticus para aprovechar este trabajo grupal, al que ya considero uno de los mejores tomos de semiótica aplicada en español hoy por hoy. Esta colección, veremos, es una ventana transparente para introducir a estudiantes universitarios al mundo de la semiótica de la cultura, que a veces pareciera contradictoria y puramente abstracta. Se desmenuzan (y critican) los conceptos fundamentales del pensamiento lotmaniano: Semiosfera, texto, traducción, memoria, historia, sistema modelizante, dinamismo, impredecibilidad, entre otros tantos.
Lo que es más, esta veintena de investigaciones trasciende el nicho teórico de la semiótica, y extiende sus explicaciones generosas a fenómenos concretos de la actualidad latinoamericana, con todos sus matices y sincretismos. A saber, se arroja luz sobre los mecanismos culturales en las telenovelas mexicanas, el activismo de minorías, la significación del cuerpo, los feminismos, el teatro, la poesía mapuche, el cine brasileño, y la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2.
Más que revisitar a Lotman, el semiólogo ruso nos visita a nosotros constantemente a medida que su memoria, cuasi profética, se actualiza en instanciaciones inverosímiles del presente. Así fue la primera impresión que tuve al leer Lotman revisitado, como si el polímata moscovita proviniera del futuro, en tanto sus hipótesis sistémicas pueden aplicarse a cualquier geografía y época de la humanidad, marcadas por eventos impredecibles y llenos de conflicto. Ciertamente el 2023 no es la excepción.

Lecciones vivas sobre la cultura latinoamericana
Retomo, a modo de ‘muestreo’, algunas lecciones que los colaboradores han plasmado lúcidamente en Lotman revisitado. En primera instancia, Roberto Marafioti reconstruye el concepto central de Semiosfera, referente a una conciencia y memoria colectiva que se extiende diacrónica y dialógicamente. Ofrece también una panorámica del legado terminológico de Lotman en el contexto de la Escuela Tartu-Moscú de Semiótica, y de la internacionalización de la semiología europea en el siglo XX. Así, aprendemos que los estudios culturales adquieren más relevancia que nunca, para entender momentosexplosivos en el mundo, cuyo mapa geopolítico refleja los límites de un conjunto de esferas interpretativas.
Ana Camblong analiza el concepto de dinamismo, y nos enseña que el continuum cultura-naturaleza es paradójico, en tanto requiere simultáneamente relaciones de oposición y de complemento. Se nos recuerda del carácter interdisciplinar de la semiótica en la descripción holística de fenómenos que no son estáticos, sino espaciotemporales. No es gratuito, argumenta, que Lotman se haya inspirado en las ciencias naturales, que ponen en juego la irreversibilidad y la causalidad termodinámica, así como el equilibrio por simetría y el desequilibrio por asimetría.
Zulma Palermo explica que las verdaderas fronteras humanas no son territoriales, sino hermenéuticas. De esta lección se desprende la posibilidad de pensar la semiótica como una disciplina útil en la resolución de conflictos a través de una equivalencia comunicacional. El entendimiento intersubjetivo de la otredad se vuelve escaso en tiempos de nacionalismos, autocracias, derechas extremas, y a la sombra de colonialismos eurocéntricos. Así, las teorías de Lotman, Kristeva, y Batjin se perfilan como una deconstrucción del monologismo y narrativas hegemónicas, que niegan contemporaneidad a lenguas y culturas que no han sido absorbidas por el núcleo del cristianismo, el capitalismo, la globalización, y la modernización industrial.
Froilán Fernández enseña que la formación de nuestra identidad depende del reconocimiento de una alteridad. Es decir, sin la otredad no podemos ser nosotros mismos. ‘El otro’, pues, es una categoría relacional, no inmanente ni estructural. Y, por tanto, es una categoría fenomenológica a medida que el ser es más grande que sí mismo. La perspectiva existencial (nucleica) de cualquier sociedad es, más bien, una especie de galaxia que observamos parcialmente desde ‘adentro’, cuya forma podemos reconstruir sólo si la vemos desde otras galaxias, como parte de un sistema organizacional más vasto.
De Julieta Haidar aprendemos que la incertidumbre e inequidad han acelerado ciertos cambios socioculturales en América Latina. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la resistencia espontánea contra poderes hegemónicos y homogeneizadores, ejercida por movimientos antirracistas, migratorios, feministas, ecologistas, estudiantiles, indigenistas, etcétera. Se trata de periferias culturales violentadas por la llamada ‘posverdad’ y su “teatralidad de la mentira” que, lejos de utilizar la polisemia y la metáfora artísticas (basadas en la pluralidad de interpretaciones), busca preservar el univocismo y dogmatismo de ciertos intereses corporativos y políticos (e.g. desde movimientos antivacunas, hasta desapariciones forzadas por parte del Estado).
Eduardo Chávez Herrera nos explica que la memoria cultural, codificada narrativamente, no sólo sirve para estudiar el pasado, sino también el futuro, sus posibles escenarios y eventuales explosiones. Chávez aplica la ‘semiótica del miedo’ al caso de la pandemia por virus Sars-CoV-2, donde “no es la amenaza la que provoca el miedo, sino que el miedo es el que construye la amenaza” (Lotman, 2006: 20). Se nos revela el mecanismo del pánico colectivo, estados de emergencia, y teorías de la conspiración: miedos y ansiedades depositados en chivos expiatorios externos. A la par de la pandemia, argumenta, en México se vivió una infodemia, donde los medios de comunicación masiva amplificaron información que frecuentemente era falsa, manipulada, y sesgada. Así, no sólo se redefinieron las fronteras entre regiones, sino también los límites proxémicos del espacio personal.
Con Irene Machado vemos que la traducción de un texto (ya sea escrito, audiovisual, escénico o pictórico) presupone una transformación creativa irreversible. De modo que, hacer una traducción ‘inversa’ no lleva a exactamente al texto original. Por consiguiente, la memoria cultural no codifica los acontecimientos históricos objetivamente, sino que los transforma a la luz particular del momento en que los recrea, por ejemplo, a través de la mitología y su rol ‘metacultural’ que torna inteligible la cultura para sí misma. También esto es palpable en la transformación cinematográfica entre códigos verbales e icónicos. Los órganos sensoriales de nuestro cuerpo son, en este sentido, traductores creativos ligados a la creación de los aparatos fotográficos donde se observa el rol del cine como un metalenguaje artístico-científico “que ha contribuido a la formación de la cultura audiovisual en el siglo XX”.
Laura Gherlone exhibe la no-linealidad de la historia, y la circularidad del tiempo. Nos dice que la reconstrucción de momentos explosivos en la historia requiere, necesariamente, de una narrativa, de una diégesis donde la identidad de una cultura se crea también de manera retroactiva. El pasado, pues, tiende a ‘revelarse’ en dos sentidos: en el de un descubrimiento, pero también en el de una revolución que cuestiona al futuro. En este sentido, los historiadores no pueden ‘predecir’ el futuro, sino dotar de sentido al presente al mapear la relación compleja entre memoria, conocimiento y conciencia.
Ariel Gómez Ponce reflexiona sobre cómo la vergüenza tiende a ser depositada en la identidad propia, y el miedo suele ser motivado por una otredad externa. A partir de esta observación, se nos dice, la normatividad cultural posiblemente tendría su origen en la construcción sociosexual de la vergüenza, que es interiorizada colectivamente como una culpabilidad. De ser el caso, la semiótica del miedo y la vergüenza se vuelve fundamental para proponer una tipología de las culturas. Pues, en ellas siempre hay una vigilancia de la transgresión por “el miedo a los extremos, a las violaciones desestabilizantes de la norma media” (Lotman [1977] 1996: 229). Así, la incapacidad de interpretar lo desconocido engendra estereotipos, rumores y, en última instancia, el miedo al otro (e.g. ‘bárbaros’, ‘brujas’, ‘inmigrantes’, ‘pobres’, ‘gays’, y todo aquel que se desvíe de la norma univocista).
Con lo anterior invito a los lectores de Hortus Semioticus a descubrir las demás lecciones semióticas en Lotman revisitado, que son ágiles, detalladas y bastante didácticas. Si se me permite, aprovecharé el espacio restante de Lecturas para meditar sobre la significancia internacional de esta antología más allá de su contenido. Esto, con la esperanza de poner en marcha nuevos procesos de traducción entre la ‘Lotmanosfera’ y nuestra impredecible América Latina.

Tartu revisitado
“A la luminosa y entrañable memoria de Iuri Lotman. A la vieja amistad de Jüri Talvet y Peeter Torop, quienes hicieron posible mi primer encuentro vivo con Lotman, la Escuela de Tartu y la hermosa Estonia. A la cordial generosidad de Mijail Lotman y Liubov Kiseliova, así como de Arón Gurévich, Viacheslay Vs. Ivánov, lun Levin, Boris Uspenski y otros representantes de la Escuela de Tartu”. (Navarro, 1999: 5)
Como muchos colegas latinoamericanos, leí por primera vez a Juri Lotman de la mano de las traducciones pioneras de Desiderio Navarro Pérez (1948-2017). Cuando descubrí La Semiosfera I (Lotman 1996) tuve la sensación de que yo no estaba listo para comprender los argumentos transdisciplinares de Lotman, influenciados por el contexto histórico de la famosa Escuela Tartu-Moscú de Semiótica. Sin embargo, entre más me familiarizaba con el metalenguaje lotmaniano, un ‘algo’ lo hacía tornarse bastante intuitivo, como si los principios científicos en los que está basado fueran lo suficientemente universales como para tener un poder explicativo consistente. En ese entonces, sin duda, habría deseado contar con Lotman revisitado y así entender a qué se debía este contraste curioso pero no gratuito.
Pareciera atinado, entonces, que esta antología llegara a mis manos en Estonia, país báltico donde Juri Lotman desarrolló el grueso de su teoría sígnica de la cultura. Allí, nuestra colega argentina Silvia Barei presentó Lotman revisitado, durante “Juri Lotman’s Semiosphere”, conferencia con motivo del centenario del célebre semiólogo. La colaboración in situ de Silvia con Kalevi Kull, profesor de Biosemiótica en la Universidad de Tartu, me recordó al espíritu intercontinental de las palabras de Desiderio Navarro, arriba citadas.
Termino, si es pertinente, con una regresión, un déjà vu, sobre los nexos polifónicos entre la semiótica de Lotman y América Latina. En la Universidad de Tartu es frecuente ver cada año estudiantes provenientes de Brasil, Colombia y México, específicamente en el programa de maestría del Departamento de Semiótica. Sobra decir que esto no es una mera coincidencia.
Allí, en retrospectiva, veo dos mecanismos en oposición dinámica. Por un lado, los estudiantes latinoamericanos contribuimos, desde nuestra ‘periferia’, a la heterogeneidad y poliglotismo de ese programa internacional de estudios, situado en un núcleo a veces apodado ‘la meca de la semiótica’. Y por el otro lado, somos agentes que nos integramos a cierta subcultura académica, fundada en un proceso de autointerpretación y autorreconocimiento como ‘semiotistas’. En este contexto, nos volvemos una comunidad con una identidad más o menos definida dentro de las artes y humanidades (cfr. Chávez 2019).

En esta suerte de ‘Lotmanosfera’ los profesores estonios actúan como una membrana o mecanismo bilingüe, dictando sus clases en inglés dentro de la Universidad de Tartu. Silvi Salupere, Peeter Torop, Elin Sütiste, Mihhail Lotman, Kalevi Kull, Riin Magnus, Timo Maran, y otros tantos herederos intelectuales de Juri Lotman, realizan esta traducción interlingüística e intersemiótica. Este intercambio o simbiosis internacional fue influenciada, indudablemente, por el trabajo pionero de Desiderio Navarro, sin el cual América Latina no habría recibido a Lotman tal como lo hizo y lo seguirá haciendo.
Confío en que Lotman revisitado, eventualmente, hará que la ‘Lotmanosfera’ estonia reciba nacionalidades de América Latina que todavía no se han visto tanto en el Departamento de Semiótica de la Universidad de Tartu (e.g. de Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Cuba, y el demás etcétera de nuestra extensa región). Ciertamente, nuestros colegas en Tartu también tienen mucho que aprender de la semiótica latinoamericana.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
LOTMAN, J. (2009) [1993]. Cultura y explosión. Lo previsible y lo imprevisible en los procesos de cambio social. Barcelona: Gedisa.
LOTMAN, J. (1996). La Semiosfera I. Semiótica de la cultura y del texto. Madrid: Ediciones Cátedra.
CHÁVEZ, E. (2019). Semioticians’ Glassy Essence: The Discursive Construction of Semiotics Through the Eyes of its Practitioners. PhD thesis. University of Warwick.
BAREI, SILVIA N., GÓMEZ, ARIEL (Eds.) (2022). Lotman revisitado. Perspectivas latinoamericana. Córdoba: Editorial del Centro de Estudios Avanzados. (ISBN 978-987-48215-6-0), 303 pp.